Cada persona, a su ritmo
José Antonio Martínez Orgado, jefe de Neonatología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, recomienda paciencia a los padres que acuden inquietos a la consulta por la baja estatura de su hijo: "No somos como las plantas, que crecen de forma uniforme. Nosotros lo hacemos por rachas y cada niño tiene su proceso". El mayor estirón se produce en los primeros doce meses, una media de 25 centímetros, y después en la pubertad. Entre el primer y tercer año de vida se ganan 20 centímetros; y hasta los nueve, cinco o seis centímetros por año. Excepto en los bebés, el desarrollo oscila tanto que es inútil comprobar la talla todos los meses; con una medición bianual basta.
¿Bebé bajito? No hay problema
Los recién nacidos que miden –en un embarazo a término– menos de 48 centímetros y pesan por debajo de 2,6 kilos habrán compensado ese reducido tamaño a los dos años. Esto es posible porque los factores que determinan el crecimiento en la gestación y tras el nacimiento no son los mismos. Un apunte: el 10 % de los prematuros no alcanza la altura que genéticamente les correspondería.
La talla de adulto se sabe a los dos años
La estatura es aún un misterio en muchos aspectos, pero la auxología, la disciplina que estudia el crecimiento en los seres vivos, sí puede determinar, midiendo al bebé entre los veinte meses y los dos años de vida, cuál será su altura de adulto, siempre que una enfermedad no altere el desarrollo. De los datos obtenidos por los pediatras durante décadas, se deduce una fórmula aproximada: la talla definitiva puede obtenerse multiplicando por dos la que registran las niñas a los veinte meses y los niños a los veinticuatro. Así, un bebé con 95 centímetros, al finalizar su crecimiento medirá 1,90 metros, centímetro arriba o abajo.
En verano no hay estirones por el sol
El estirón que pegan algunos niños durante el periodo estival no tiene que ver con estar más tiempo al aire libre. "Si la radiación solar determinara la estatura, los chavales de zonas tropicales serían los más altos del mundo y los nórdicos bajitos, y no es así", apunta Martínez Orgado. Con tomar el sol veinte minutos al día es suficiente para sintetizar la cantidad de vitamina D que precisa el cuerpo. Este nutriente resulta esencial en la mineralización ósea y, por tanto, en el crecimiento, aunque el efecto no se ve de inmediato.
Hay dolencias que hacen de tapón
Si el adolescente no ha alcanzado la talla final, entre los factores que más pueden alterarla se encuentran la anorexia o la bulimia, ya que el cuerpo deja de recibir nutrientes imprescindibles. Paloma Ferrero, pediatra del Hospital Quirónsalud de Madrid, cita entre otras afecciones que pueden afectar al crecimiento, "las dolencias digestivas, como la enfermedad celiaca y las cardiopatías. En general, lo modifican aquellos trastornos donde se da una alteración hormonal o existe un desequilibrio entre la ingesta y el consumo de energía".
Hormona del crecimiento, solo a veces
La hormona del crecimiento o somatotropina se usa exclusivamente cuando el cuerpo no la genera. "Lo más frecuente es que haya un fallo en la hipófisis, donde se segrega", explica Martínez Orgado. Dado que interfiere en el control de la glucosa y puede aumentar el nivel de azúcar en sangre, el doctor precisa que "hay que controlar mucho la dosis y el periodo de administración".
La crisis afecta a la estatura
Una recesión económica mengua los ingresos, afecta a la alimentación y, por tanto, repercute en la talla de las nuevas generaciones. Según una investigación de 2015 del Centro de Estudios Sociosanitarios de la Universidad de Castilla-La Mancha, la diferencia de estatura entre los hijos de padres con menor nivel económico y los de estatus más alto es de entre cuatro y cinco centímetros. El estudio llegó a esta conclusión tras analizar a los escolares de veintiún colegios nacidos en 2007 y 2008 –han crecido en plena crisis–; en cambio, los que vieron la luz entre 1999 y 2000 no presentaban diferencias significativas según los ingresos de sus progenitores.
De padres bajos, hijos pequeños
Un estudio del consorcio Investigación Genética de Rasgos Antropométricos (GIANT, por sus siglas en inglés) dice que la altura depende de setecientas variantes genéticas. Pero no es lo único que influye en la talla. "Obedece a partes iguales a factores hereditarios y ambientales, como la alimentación y el ejercicio, que pueden favorecer o no que el niño alcance o supere su crecimiento potencial", apunta Martínez Orgado. Lo normal es que exceda en un poco la talla diana, la cifra media de la estatura de la madre y el padre. Si estos miden 1,60 y 1,70 metros, respectivamente, el vástago puede superar en unos centímetros el 1,65. Sin embargo, por muy bien alimentado que esté, puede descartar ser jugador profesional de baloncesto en el futuro.
Tras la primera regla aún se crece
Una fase de desarrollo acelerado coincide con lo que se conoce como estirón puberal, que comienza a partir de los nueve años. La menstruación indica la madurez del cuerpo de una mujer, también en la estatura, aunque todavía no se ha alcanzado la talla final. "El pico de crecimiento de las chicas se produce antes de la primera regla, después se ganan unos pocos centímetros", apunta la doctora Ferrero.
Un estirón no daña la espalda
Salvo que se detecte la carencia de algún nutriente, no hace falta tomar suplementos de vitaminas o minerales. "Muchos padres los administran por su cuenta sin tener presente que el exceso puede ser perjudicial", explica el doctor Martínez Orgado. Un desarrollo rápido no requiere adoptar medidas de precaución especiales; solo un 3 % de los niños presenta escoliosis o curvatura de la columna. "Sí hay que extremar la vigilancia cuando existe una desviación de la espalda previa, ya que en las fases de mayor crecimiento el problema puede acentuarse", señala la doctora Ferrero.
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